Dos
agentes de policía entran en el club Cómic y se sientan al final de la barra.
El
detective Casimiro Balcells les dice lo que necesita saber urgentemente.
Qué
coche (dueño) fue el último en entrar en el garaje. A qué hora empezaron a
llegar mensajes y llamadas al móvil de la víctima para preguntarle dónde está,
cuándo llega, si le ha pasado algo, bla, bla, bla. Que analicen la tierra que
se encuentre en el suelo del asiento del copiloto. Que busquen por todo el
coche (también en el bolso y en el abrigo de la víctima) a ver si encuentran
algún tícket de la hora (aparcamiento).
Por
ahora eso es todo.
Vale.
Esperad.
No tendrá el garaje cámaras de vigilancia, ¿verdad?
Pues
no.
Cojonudo.
Los
dos policías cogen el abrigo y se van.
Casimiro
Balcells se levanta y va al servicio. Se pone a mear. Apoya la cabeza contra la
pared. Piensa. Será importante saber si le cortaron los dedos antes o después
de matarla. Se sube la bragueta. Ni siquiera se despide del comisario. Sale a
la calle y camina hacia la comisaría.
El
comisario Mendoza se queda solo en el club Cómic. Mira el reloj. Aún quedan un
par de horas para que empiecen a llegar los primeros resultados periciales.
Mira a las chicas. Hay una que debe de ser brasileña.
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