Comisaría
de Carabanchel.
Casimiro
Balcells atraviesa el vestíbulo. Hay un niñato con la nariz rota y un par de
guiris a los que ya les han robado.
Cojonudo.
Saca
un café de la máquina. Un compañero le pregunta: ¿de verdad la han decapitado?
Casimiro Balcells responde: sí, con un hacha. Sube a su despacho y mira por la
ventana. Piensa: puto año nuevo.
No
hay calefacción en el despacho. Le viene bien tener un vaso de café caliente
entre las manos.
A
la media hora aparece Arturo Román. Se le dice que se siente donde pueda. Casimiro
Balcells no se da la vuelta. Sigue mirando por la ventana. Dice:
¿Tú
encontraste el cadáver?
Sí.
¿Viste
algo más?
No.
¿Conoces
a la víctima?
De
vista. Era una vecina.
¿Cuándo
fue la última vez que hablaste con ella?
¡Yo
no la he matado!
Yo
tampoco. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con ella?
No
lo sé.
¿Hace
una semana?
No
lo sé.
¿Un
mes? ¿Dos meses? ¿Tres?
¡No
lo sé!
¿No
sabes cuándo hablaste con ella?
Era
una vecina del portal de al lado. No hablaba con ella. Le decía hola o adiós si
me la encontraba por la calle.
¿Y
en las reuniones de vecinos?
Yo
no voy. Va mi madre.
¿Y
ella iba?
¡Y
yo qué sé si iba ella!
¿La
reconociste?
¿Cuándo?
¿La
reconociste cuando la viste en el suelo del garaje?
No,
por supuesto que no.
¿Tenía
la cabeza vuelta hacia ti?
No.
Ya
sabes. Los ojos abiertos. La mirada fija.
Déjeme
en paz, por favor.
¿No
sabes quién la pudo matar?
Arturo
Ramón está a punto de derrumbarse. Rompe a llorar. El detective Casimiro
Balcells se separa de la ventana y le da una palmada en la espalda. Le dice:
anda, vete a casa y tómate un cola-cao. Ya te volveremos a llamar.